Lo que mi abuelita sabía de innovación y que muchos ignoran
Hace unos días tuve la sensación de estar haciendo más de lo mismo. Por alguna extraña razón sentí que me estaba dedicando a cumplir los sueños de otro. Estaba, sin querer, imitando demasiado a las personas a las que admiro con el afán de conquistar el éxito que ellos tienen.
Algo no estaba bien. Lo que hacía funcionaba, pero no me sentía feliz con ello. No era mío, no era original.
Encontré la solución recordando un poco mi infancia y navegando entre las páginas de mis libros de innovación, recordé cosas geniales que quiero compartir con ustedes para que nunca más tengan que imitar a nadie, para que no vivan ni deseen los sueños de otro, para que creen y gestionen correctamente sus ideas y consigan buenos resultados para sus negocios.
La Innovación está al alcance de todos
Innovar es conseguir que el mercado acepte tus ideas como valiosas y que esté dispuesto a pagar por ellas.
¿Esto sólo pueden hacerlo las grandes empresas?
Definitivamente no.
Esto puede hacerlo hasta tu abuelita.
En efecto, la mía hacía unas deliciosas hojuelas de harina de trigo que aunque no eran para nada fitness, se vendían en menos de lo que canta un gallo. Lo cual indica que en la práctica, hasta mi abuela era capaz de hacer que el mercado aceptara su producto y que pagara por él.
¿Entonces las hojuelas de la abuela eran una innovación?
Para su pequeño mercado lo eran.
Es probable que no fueran una innovación de clase mundial, tal vez ni siquiera eran una innovación en la ciudad, pero en su comunidad eran la gran sensación y ese grupo de personas era justo el mercado que a ella le interesaba para sostener y hacer crecer su negocio.
Con esto quiero decir que la innovación puede tener diversos grados de acuerdo con el mercado al que se le apunta.
Grados de la Innovación
Puedes innovar en:
- Tu empresa.
- Tu comunidad.
- Tu ciudad.
- Tu región.
- Tu país.
- El mundo.
También puedes innovar en distintos niveles
- Innovación en modelo de negocio.
- Innovación en procesos.
- Innovación en mercados.
- Innovación en productos y servicios.
Todo debe ser parte de una estrategia
Mi abuelita lo sabía muy bien. Tenía claro dónde estaba y lo que deseaba conseguir con su pequeño negocio.
Su misión era pintarle una sonrisa a las personas apenas probaran sus hojuelas. Su visión era reunir suficiente dinero para comprar regalos de navidad a sus nietos.
Su objetivo era vender 100 hojuelas diarias, cinco días a la semana por seis meses.
Desde que comenzó todo fue un éxito, al parecer su método era perfecto. Se trataba tan solo de sentarse en la puerta de su casa y esperar a que llegaran los compradores.
Sencillo. Y funcionaba excelente. Como por arte de magia.
¿Cómo podría mejorar?
Esta pregunta le da sentido a la innovación.
Puede surgir gracias a un problema (Ej. si no se estuvieran vendiendo las hojuelas), para lograr un objetivo (Ej. si quisiera vender 150 hojuelas diarias en lugar de 100) o para facilitar algún proceso (Ej. si necesitara una manera de avisar a todos los compradores que las hojuelas estaban recién salidas).
En efecto, los problemas, los objetivos, la búsqueda de soluciones fáciles son los focos más comunes de la innovación.
En el caso de mi abuelita, la innovación la llevaría a alcanzar un objetivo superior (aumentar sus ventas en un 50%), es decir, debía vender 150 hojuelas en vez de 100.
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El proceso
Era demasiado sencillo, tan sencillo que hasta Steve Jobs podía entenderlo.
Lo primero era…
1. Investigar
Es lógico, si tenía la información correcta podía tomar decisiones correctas, con lo cual se ahorraría trabajo, esfuerzo, recursos y tiempo.
Mi abuelita era muy sabia, estaba clara de que cualquier búsqueda comienza siempre en uno mismo. Por esa razón, lo primero que hacía era analizar lo que había ocurrido con su negocio en los últimos meses: su forma de distribuir el producto, su forma de darlo a conocer, las opiniones de sus clientes, la forma en la que se referían a sus productos, la hora en la que se producían más ventas, etc.
Luego de estudiar bien lo que había estado haciendo, exploraba un poco en las nuevas formas en las que sus clientes compraban productos similares: el heladero pasaba por el frente de sus casas y hacía sonar unas campanitas llamativas para que supieran que era la “hora del helado”, las otras abuelitas mandaban a sus nietos a comprar las hojuelas para no moverse de sus casas y hasta en la pizzería de la esquina habían comenzado a prestar el servicio de entrega a domicilio con una moto que se veía muy graciosa.
Esto le daba una señal: a las personas les gustaba que les llevaran hasta sus casas la comida que compraban.
Con esos datos, podía continuar con el paso 2…
2. Idear
Llegaba la hora de producir ideas que fueran sencillas de implementar para lograr el objetivo, porque no tenía muchos recursos ni tiempo para ponerse demasiado creativa.
Ya el foco estaba claro: ¿Cómo vender 150 hojuelas en lugar de 100?
Ella decía que al cerebro no había que forzarlo, sólo había que ponerlo a trabajar.
¿Y cómo se pone a trabajar el cerebro?
Provocándolo. Sí, al cerebro le encanta que lo provoquen.
La manera más simple y divertida de provocar al cerebro es cambiándole los códigos que ya conoce.
Por ejemplo: el cerebro asume que “si uno vende algo es para que las personas lo compren”.
Pero si desplazamos un poco esa lógica y pensamos que “vamos a vender algo para que las personas lo vendan”, estaríamos creando una provocación que seguramente pondrá a trabajar nuestro cerebro.
A estas alturas tu propio cerebro debe estar sacando conclusiones respecto a esta provocación.
Tal vez digas: – “eso ya existe, se trata de buscar revendedores”.
Quizás hayas pensado: – “Esto no tiene nada de innovador”.
También es probable que seas menos prejuicioso y te hayas puesto realmente a pensar.
En el caso de mi abuelita, que no era Henry Ford ni Nicolás Copérnico, esa sencilla provocación le bastaba para conseguir conexiones interesantes que le permitieran darle sentido a la paradoja que había generado.
Tratando de explicar cómo funcionaría eso de vender para que otro venda surgió el sistema que hizo crecer su pequeño negocio: ella vendería toda su producción a un revendedor con un descuento, para que éste llevara las hojuelas a domicilio y se ganara una buena parte de esas ventas.
3. Pasar a la acción
Ella se dedicó a producir 150 hojuelas de harina de trigo, se las vendía todas a mi primo a un precio un poco más bajo y éste las revendía llevándolas de casa en casa a la misma hora que las personas solían salir a comprarlas.
El sistema funcionaba tan bien que mi abuela pudo aumentar la producción a 250 hojuelas diarias, mi primo aumentó sus ventas y por tanto sus ingresos, los clientes recibieron mejor atención al mismo precio y nosotros (los nietos) recibimos tremendos regalos en navidad. Definitivamente, todos ganaban.
¿Entonces vender hojuelas de harina de trigo es el mejor negocio del siglo?
Tal vez. No lo sé. A mi abuela le servía para lograr el objetivo que se propuso, es probable que no estuviera interesada en un negocio más grande que le impidiera dedicar todo el tiempo que le dedicaba a sus nietos. Sin embargo, creo que hubiera podido convertir su venta de hojuelas en un gran negocio.
La gente no habría imaginado nunca que de una hamburguesa podría salir un imperio tan grande como el de McDonald´s.
Tampoco podrían haberse imaginado que de un café se construiría un servicio tan extraordinario como el de Starbucks.
Y mucho menos podrían haber pensado que de un churro (como le decimos en Venezuela), podría haber surgido una franquicia tan exitosa como Churromanía.
¿Qué fue lo que provocó que esas empresas se hicieran tan exitosas?
Sus directivos lo repiten una y otra vez: “La innovación”.
Trabajar día a día por crear cosas que conecten con el mercado de modo tal que las personas deseen pagar por acceder a ello.
La herencia
Si mi abuelita estuviera viva estaría haciendo negocios exitosos, siempre los hizo, a pequeña escala, pero los hizo.
Sus negocios fueron suficientes para ofrecerle a sus hijos, nietos y otros tantos beneficiarios de su pasión por servir un estilo de vida genial.
Ella cambió el mundo, su mundo y el mío.
Recordarla me hizo concluir lo siguiente:
- La innovación está al alcance de todos.
- Hay que concentrarse en los gustos de la gente y no en la última tecnología.
- Debes tener un objetivo claro antes de ponerte a innovar.
- Todo debe formar parte de una estrategia.
- La pregunta de oro es: ¿Cómo podría mejorar esto?
- Investiga para producir ideas propias, no para copiar.
- Provoca constantemente a tu cerebro. Él te lo agradecerá.
- El éxito no tiene nada que ver con el tamaño del mercado que atiendes.
- No te quedes pensando, pasa a la acción.
[ctt title=”Consejos para comenzar a innovar en tu negocio” tweet=”Consejos para comenzar a innovar en tu negocio http://ctt.ec/aWcEf+” coverup=”aWcEf”]
Somos innovadores en esencia, pero nos hemos desarrollado en un sistema que nos ha enseñado a copiar y pegar los pensamientos de otros.
Nos han subestimado tantas veces que hemos aprendido a restarle crédito a nuestras ideas sin haberlas lanzado al mercado.
Nos han criticado tanto por fallar que preferimos no intentarlo una vez más.
Tenemos que dejar de ser víctimas del sistema y dar un paso al frente para:
- Crear modelos de negocios basados en el desarrollo de la humanidad.
- Lanzar nuevas ideas al mercado con frecuencia y aprender de los fallos.
- Conectar con personas de culturas radicalmente opuestas a la nuestra.
- Ofrecer tus productos y servicios a grupos que nadie habría imaginado atender.
- Crear nuevas maneras de vender, de cobrar, de pagar, de comunicar.
- Diseñar productos que resuelvan problemas reales de tu comunidad.
- Prestar un servicio brutalmente conmovedor.
Tienes todo lo que hace falta para cambiar al mundo. Ve allí afuera y hazlo.
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